NOELIA BARCHUK
19 de julio de 2018
LOS DOMINGOS. De Noelia Barchuk
Un relato para reflexionar sobre la soledad, los sueños y la felicidad, con un narrador muy particular: el espejo.
LOS DOMINGOS
De Noelia Barchuk
Cada vez te gustan menos los domingos. La cosa no es nueva: hace unos años, quizás cinco, que no soportás el día dominical. Como en su momento fueron los sábados. ¡Siempre a contramano, vos! Mientras tus compañeros morían de ganas porque llegara el bendito día, vos morías de ganas de que terminara. Comenzabas la semana fresquita como una lechuga, claro que eso no era buena señal, pero qué más daba. En aquel tiempo y a esa edad adolescente se hacía caso a los padres, y los tuyos siempre fueron ¿aburridos? No, aburridísimos. Te contagiaron desde la cuna eso: que mejor quedarse en casa. Primero lo aceptaste por obligación, luego no sé qué pasó.
En fin, ahora que no sos tan joven, ahora te pasa con los domingos. “El día de la familia”. Por cierto, la tuya, representada por padre, madre, hermano, cuñada y tres sobrinos, está lejos. En realidad, no tanto, pero sí lo suficiente para perder cotidianeidad, cariño en lo simple y sencillo del convivir. Recuerdo cuando llegaste a Resistencia. ¡Fue un sueño que aceptaran fueras a la universidad! Te acomodaron en un lugarcito en casa de tu prima, y todo te parecía bien. Pero extrañabas tanto tu pueblo que te arreglabas con la plata, los libros y las horas para regresar dos veces por mes. Luego, fueron espaciándose las visitas. Ahora vas para Pascua o Navidad, y tenés dos momentos de inmensa alegría: al llegar y al irte.
En tanto a la familia que tenés acá, cerquita de vos, se resume en algunos buenos amigos, reales y virtuales, tu trabajo y la foto prendida con imán en la puerta de la heladera.
Enviudaste hace tanto como el tiempo que aborrecés los domingos. Aunque nunca te casaste (porque lo realizarían más adelante), te sentías de veras en santo matrimonio. Cuán arrepentida estás del uso del DIU; hubieses tenido algo vivo de él, alguien de quien preocuparte, a quien ayudar a crecer, a quien amar. Pero no, los hijos también estaban anotados en la lista de “a largo plazo”, y a largo plazo todos estaremos muertos, reza la frase de un célebre economista.
¡Sí, los domingos son un fastidio! Tus pares siguen disfrutando del día anterior, pero mucho más del domingo-asadito-felicidad. Esa alegría dominguera de fútbol, aire libre, encuentros, risas. ¡Ay, ay, ay…! Cómo se diluye tu sonrisa en el amargo café de los domingos; es un clásico, la letra para un tango.
Me pregunto por qué no te comprás una gata. Siempre te gustaron los felinos; claro, el consorcio no deja tener animales domésticos a los inquilinos. Ése es un lujo reservado para los propietarios. Una ridiculez de acá a la Antártida; pero te agradan estos metros cuadrados. Seguro que aún recordás cuántas veces se olvidaba las llaves y te gritaba “mi amor”. ¡Qué desubicado!, todavía es un misterio que no llamara por el portero eléctrico. Cierto que estás en el primer piso, pero… alguna queja de los vecinos ligaban.
¿Será? Escucho sacaste el CD y prendiste la radio. ¡Qué salvación! Los acordes del Himno Nacional llegan como un bálsamo redentor. Significa que ya pasó. Fue. Chau domingo. Lunes otra vez en la ciudad.
No me tengas miedo. No me veas de reojo y a desgano. Sólo devuelvo tu imagen en mi reflejo. Dejame te susurre un anhelo: que seas feliz, o al menos lo intentes, buscando ese terrón de azúcar que endulce los días. Y los domingos también.