NOELIA BARCHUK
18 de junio de 2018
EL TRATO. De Noelia Barchuk
El Mundial de futbol se hace presente en las letras: un relato para leer con la camiseta puesta...
EL TRATO
La de ellos fue una de esas raras historias de amor. Básicamente, por la diferencia de edad, y por otras cosas también. Se llevaban de distancia una docena de años, según ella; tres mundiales de fútbol según él. Lo cierto es que ella venía de remar una vida complicada. Fracasos amorosos a la orden del día. Ella estaba de vuelta; se hallaba desandando el camino, como quien dice. Él, en cambio, comenzándolo. Graduado en tiempo y forma en una profesión que no le marcaba el norte, sentía la obligación de hacer en breve mucho dinero, devolver en tiempo y forma, al sacrificio de sus padres un mejor pasar.
Entre las otras cosas por las cuales su amor fue diferente, está la mayúscula atracción que sintieron al conocerse. Se conectaron en cinco minutos. Y esos cinco minutos fueron multiplicándose sucesivamente. Pero sabían de antemano que el infinito era demasiado para ellos, o para cualquiera. No desconocían que el tiempo les pasaría por encima como una mortal aplanadora. Por ello, cierta vez a uno de los dos se le ocurrió hacer un trato. Un trato especial, que deberían respetar a rajatabla, en caso, obviamente, de permanecer juntos hasta que el calendario anunciase cumplido el plazo. Sí, un periodo determinado que creían conveniente para amarse, porque después…
Faltaba poco para que la fecha llegara. No hablaban del tema. Seguro lo pensaban mil veces al día. Sin embargo, vestían el uniforme de la algarabía popular por el nuevo mundial. Otra vez los papelitos, la pintura en los rostros, los bonetes, todo el merchandising disponible para el festejo.
La camiseta celeste y blanca sacada a relucir sobre cada alma argentina. Nuevamente el antiquísimo debate del amor a la bandera en la contienda deportiva y el exiguo interés para las fechas patrias. Todo seguía igual pese a las novedosísimas tecnologías de punta. ¡Che! El cantito “¡Vamos, vamos Argentina!” perduraba siendo el año 2030.
Además del Mundial de Fútbol de Canadá, se venía el cumpleaños de ella. Habían dado cumplimiento a una extensión del plazo en el campeonato anterior. No había más chances. Ella no podía seguir con él ya entrada en su cincuentena. Había que guardar acaso un poco de decoro, la dignidad de envejecer sin la lástima de su compañero. Él aún tenía virgen la segunda parte de su vida. Era bastante coherente, él no tenía por qué cargar anticipadamente con una mujer pos-menopáusica. Así entre risas, entre lágrimas, festejaron íntimamente el cumpleaños y la monumental apertura del campeonato. Las palabras, los besos y caricias de despedida, quedaron secretamente guardados en los dos amantes.
La vida sigue, repetía cada uno al no verse. Te libraste del pendejo, decían las amigas de ella. Te zafaste de la vieja, decían los amigos de él.
El Mundial había cumplido su ciclo. No habíamos ganado tampoco ése. La amargura colectiva y la depre pos-mundial, era tediosamente explicada por numerosos sociólogos y mediáticos personajes que oficiaban ilícitamente de ello en todos los medios.
Ella seguía en su casa. La redecoró para sacar afuera los años compartidos con él, ahora tan solo recuerdos. Concurría religiosamente a sus clases en el gimnasio. Se mantenía bien físicamente, le preocupaba mucho más el deterioro interno. No quería convertirse en una anciana intolerable. Por eso lo apartó de su vida. A veces hay más amor en un no que en un sí, pensó. Viejos amores se hicieron presentes. El pasado reclamaba que volviesen a su entierro, no había futuro para ellos.
En cuanto a él, se cambió a un departamento híper céntrico. Quería sentir y acuñar en el cuerpo de otra mujer, esta nueva juventud. No tardó en hacer caso a los consejos y salió a comerse el mundo. Volvió indigestado. Siempre se lo veía bien acompañado en los sitios más concurridos de la ciudad.
El tiempo no para. Faltaba poco para que llegaran las fiestas. Ella lo extrañaba a mares. Sufría como una quinceañera que pierde a su primer amor. Nunca nadie supo como él, entender su miedo a las tormentas, su fascinación de coleccionar lápices, limpiar sus botas con barro, mitigar el dolor de la ausencia de hijos. Por fin la palabra mágica, clave. Eran los hijos que ella no podía darle y tampoco podía negárselos.
Él la extrañaba a océanos. Echaba de menos aquella voz que desafinaba en la ducha cantando canciones de Luis Miguel. Había descubierto que las mujeres de su edad eran más serias que ella. Ninguna se reía de sus chistes; en vano buscaba debajo de la almohada o en sus bolsillos alguna tonta nota de amor como ella le dejaba. Mucho menos, no hubo quién prestara interés por quitarle el mal hábito de fumar, tirando los puchos del atado y depositando en su lugar pastillas de menta. Tampoco quería volver a pasar por los trastornos de los cuarenta. Para las féminas más jóvenes, era categóricamente un viejo, más si preguntaba por la letra de alguna canción del astro mexicano. Decididamente no pudo dar con una que quisiera amar dentro y fuera de la cama.
Entre esos y otros profundos motivos, comprendieron que de tanto extrañarse, se les aguaba la existencia. Ella, nacida en el mítico Mundial ´78, de la doble cara argentina, de amor y de espanto. Él, nacido en el fallido Mundial de Italia ´90, de la cara única de Maradona por TV, de amor y de espanto; dejaron la niñería de estipularse tiempos y plazos para amar. Dejaron que el porvenir los encontrara juntos. Fútbol había para rato. Amor también.