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NOELIA BARCHUK

3 de agosto de 2018

LA MUERTE AJENA. Por Noelia Barchuk

Por: Noelia Barchuk

La muerte nos recuerda la importancia de vivir la vida en todo su esplendor. Dale, dejá de quejarte del frío y pasá a leer el relato.

LA MUERTE AJENA

De Noelia Barchuk

   Jueves, día del dios Júpiter, según había leído alguna vez. Era día establecido para lavar todos los vidrios de las ventanas y puertas de la casa, espejos también. Eso, entre las tareas habituales de limpiar el lugar y preparar el almuerzo. Doña Ángela compraba el diario “El Local” sólo sábados y domingos, en los cuales publicitaba su vivero. Dejaba de buena gana que llevase algún ejemplar, previo recortar su anuncio. De este modo, mis sobrinos disponían de material que les solicitaban en la escuela, aunque mis secretas intenciones eran que mi mantenido cuñado echara ojo a los clasificados que demandaban trabajo.

   Volviendo a lo que importaba en aquel momento, busqué hojas de diario para humedecerlas y frotar con ellas los vidrios. Miré el reloj, era temprano, había cumplido con los quehaceres domésticos comunes, quedaban los vidrios, por eso no sentí culpa al distraerme unos minutos hojeando las noticias atrasadas.

   Así, una a una las páginas fueron dando vueltas y la huella de su tinta quedaba en mi dedo índice. Pasé con desconfianza los locales en los que sobresalían las fotografías de infames políticos y sindicalistas sonrientes. Demoré en el espacio de carta de lectores, me gustaba leer la opinión de la gente; ocurría a veces que dos o hasta tres vecinos se tranzaban en una contienda pública a través de las palabras defendiendo su parecer sobre tal o cual tema.

   Miré con curiosidad la cartelera del cine y con rapidez los nacionales, que aturdían con sus titulares sobre la inflación y la crisis energética. Poco podía comprender ese léxico técnico que utilizaban al respecto pero los sentía en el bolsillo y en cada corte de luz. En suma, fui llegando a los deportes, alegrándome de saber que Boca había resultado ganador, al leer las perspectivas desalentadoras previas al partido. Luego, el horóscopo, el sorteo de la quiniela y los avisos fúnebres.

   Allí la ví. Su recordatorio de fallecimiento. Tenía el mismo nombre que mi hija mayor. Supongo que ello, sumado a que había nacido el mismo año que ella, me llegó al corazón. Quedé un instante contemplando la foto que evocaba su recuerdo.

   En ocasiones la vida, y en este caso, la muerte ajena, inesperadamente tocan las fibras propias y produce un escalofrío. Por lo que decían los familiares, se había quitado la vida hacía cuatro años. Para aquel entonces ¡sólo tenía diecisiete años! ¿Qué puede ser tan fuerte para llevar a una persona aparentemente sin problemas y a esa edad a tomar una decisión, tan drástica?

   La mayoría, sobre todo las mujeres, cuánto daríamos por volver a tener diecisiete años… para cometer o no los mismos errores o para gozar del privilegio de la juventud por segunda vez. En ese momento de reflexión personal, volví a encontrarme con su amplia sonrisa.

   Sentí vergüenza, yo sintiendo nostalgias y boberías de mujer de cuatro décadas y ella desde el periódico con más derecho a querer volver el tiempo atrás. Elevo una plegaria al Cielo en su nombre. Que en paz descanse.

Fuente: "Chaco: relatos del hoy por hoy". Barchuk, N. - Vidaurre, M.- Editorial Contexto.- Mayo 2014- Resistencia, Chaco, Argentina.-

 

   



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