Domingo 24 de Noviembre de 2024

NOELIA BARCHUK

2 de junio de 2018

LA PRIMERA CENA. De Noelia Barchuk

Por: Noelia Barchuk

Especial para hoy 2 de junio. Un relato imperdible. Dale, es sábado, apurá esos mates y lee.

LA PRIMERA CENA

De Noelia Barchuk

 

   El café está listo.

   La frase me dejó atónita y apenas atiné a responder un débil “bueno”. No creo haya alcanzado a oírlo. Ni bien lo dijo, descolgó la bici de la pared, se enrolló la bufanda marrón y salió hacia el trabajo.

   ¡El café está listo! Agarré la taza de asa cachada y bebí mientras cantaba despacito… la vida te da sorpresas…, sorpresas te da la vida… ¡Ay Dios!

   La escena descripta nada podrá tener de excepcional. Un hecho cotidiano, doméstico, simple. No, no para mí y tampoco para él. Hace cinco años nos conocemos, tres viviendo juntos. En tantos días compartidos jamás tuvo ese gesto. Bien, por cuasi haragán, bien porque la cocina es territorio netamente mío. Tal vez tomó muy al pie de la letra, por conveniencia o no, que la chef era solo yo. No tengo mano de monja para preparar exquisiteces, pero modestia aparte, sabe mejor que comer de vianda. Tanto por el sabor como por el dinero, tal vez, un poco más por lo segundo que lo primero.

   ¿Por qué me preparó café? La respuesta era evidente: una bandera blanca. Una situación de emergencia lo llevó a ello. La noche anterior nos dormimos malhumorados y cansados de repetir cada uno su argumento. La cosa no era trascendental. No discutíamos si era hora de pasar por la Iglesia, de tener un hijo o hija, o si acaso no nos soportábamos más.

      La cosa se reducía a una cena de gala el viernes 29 de agosto. Es decir dentro de veinticuatro horas, más o menos. Las entradas las había comprado con suficiente anticipación. Tenía una corazonada: ¡que una de ellas haría que el auto del sorteo Premium fuera nuestro!

    Los zapatos son prestados, es cierto, ¡pero el vestido…! El vestido es un chiche. Es verde. Siempre soñé con un vestido de fiesta de ese color y con ser pelirroja. Supuse que era una combinación magnífica. Bueno, también salió carito, con tarjeta duele un poco menos, y conste que no sólo pensé en mí. Para José escogí una camisa y una corbata que le van a sentar espléndidas. Aunque demos otra apariencia, en verdad nos queremos mucho.

       Se trata, al fin y al cabo, de ir a mi primera Cena de Profesionales de Ciencias Jurídicas. Aunque estaba graduada en el festejo anterior, no sentía interés de asistir. Título en mano, currículum enviando y trabajo no encontrando. Pero este año es diferente. Estoy ejerciendo en un estudio como abogada junior. Pese a no ser la más joven del grupo, soy la más novata. Así, también dejé que las ganas de mis compañeros de compartir una noche de camaradería me contagiaran.

     Cada quién irá con su pareja, o al menos conseguirá una ocasional. Mi problema es que teniéndola, no quiera acompañarme. Por eso el café. Para disuadirme de ir, de mortificarlo con una velada que nada grata le parece. No es que me haya enamorado de un aburrido, ojo. Es sólo un mal momento astrológico, alguna cuadratura entre nuestros signos está interfiriendo en la buena sintonía que tenemos. No sé.

   Cómo voló el tiempo, ahí está de regreso, se olvidó de llevar las llaves, por eso toca el portero. Palabras más, palabras menos, decidí ir sola. No quise hablar con la gente del estudio: hoy teníamos la tarde libre; llamar a sus casas no me pareció buena idea. Bueno, después de todo, compartiré la mesa con otros colegas; supongo que conocidos o no, me hablarían, digo. Seguro que bailar, no bailaría. Está bien, igual tendría dos chances para el sorteo del tutu.

      Salí al comedor con aire de ofendida. El vestido me quedaba de diez, y eso que mi lema es ser objetiva. Tomé el chal y el abrigo. Antes de abrir la puerta, mi amante desertor del baile musitó un adiós y me tiró un beso tal si fuera una jabalina. El auto que había pedido era bastante lindo y limpio por suerte. Casi llegando al lugar, sonó ese aparatito bendito (o maldito según el caso) llamado celular: me avisaba que no entraría sola a la cena. Por fin los planetas se habían puesto a mi favor. Al llegar al lugar del evento, noté que algo andaba mal.

      La famosa primera cena se suspendió horas antes por motivos imprevistos y de fuerza mayor… Más allá de las personas que iban y venían, desfilaron por mi mente todos los inconvenientes salvados para estar allí, para festejar mi día y esperar estoicamente a José. Seguro se enoja. No, seguro se va a desplomar de risa. Al fin llegó. No me había equivocado, todo le quedaba muy bien. Si para las demás no resultaba atractivo, enhorabuena, para mí sí.

   Ni se enojó ni rió. Se disculpó por tardar tanto en darse cuenta de que, aunque banal, era ciertamente importante aquella cena. Lo gracioso es que al llegar a casa, disfruté de la primera cena que el susodicho preparó para ambos. Unos fideos con manteca que no podré olvidar.

       Ahora bien, debo sincerarme para no acumular mal karma. Por empezar, reconozco que no soy buena escribiendo historias; la frase de ser objetiva es de mi mejor amiga; confirmo que el vestido me quedaba joya y por último, solo en ficción sería abogada. Soy contadora.

 



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