Jueves 21 de Noviembre de 2024

NOELIA BARCHUK

19 de octubre de 2017

POCAS, MUCHAS, TODAS. Por Noelia Barchuk.

Un relato para abordar el tema del cáncer de mama.

POCAS, MUCHAS, TODAS (*)

DE NOELIA NATALIA BARCHUK

 

     Un enjambre. Un zumbido aturdidor se filtraba por los pasillos del hospital. Aquellos sonidos la guiaron hasta su destino. “Un enjambre”, repitió mentalmente al ver la cantidad de mujeres que rebosaban el lugar. Miró las puertas de los consultorios y quedó tranquila: era allí. ¿Tranquila? No era precisamente la palabra para describir la situación de ese miércoles.

    Permaneció de pie la cantidad de tiempo suficiente para que la cintura comenzara a doler, ni qué decir del calzado, a incomodar. Recostada sobre una pared que alguna vez fue limpia, sus ojos oscilaban entre las ventanas, el consultorio y cada una de las demás pacientes. La franja del diáfano cielo que le regalaba la ventana era la mejor opción. Pensaba en todas las cosas que tenía por hacer. Pasar a buscar a Nico al jardín, comprar una tarjeta para recargar el celular, arreglar ropa que le había llevado una clienta. Lo inmediato.

    La puerta del consultorio, a pesar de los reiterados golpes, parecía inmóvil. En tanto, el enjambre comenzaba a martillarle las sienes y a estrujarle el corazón. Parecía un concurso de dolores. La gran mayoría hablaba unas con otras, no muy seguro se escuchasen. Cuando creía haber oído la peor pesadilla, saltaba otra emulándola. Cada una, convencida de haber sufrido más que la otra. La viejita de al lado no paraba de reportar detalle a detalle los casos de familiares, amigos y enemigos que, al igual que ella, habían caído en semejante desgracia.

     A su costado izquierdo, una chica más joven que ella guardaba silencio, pero la parte superior de su cabeza gritaba por liberarse del pañuelo que la cubría. Sintió un escalofrío serpentearle las entrañas. En eso, una enfermera abrió la puerta del consultorio y leyó la lista con el orden de los turnos del día. Podía sentirse un poco ganadora. Tenía el séptimo lugar. Desde la noche del día anterior, estuvo acampando a la intemperie de una luna de sal y que al igual que ella, clavada en su puesto no podía dormir. Acurrucada en una manta en el piso, era una más de las personas que, de igual o manera similar, hacían fila con mucha anticipación para conseguir un bendito turno en el hospital capitalino del Chaco. La semana anterior y la anterior a la anterior no logró obtenerlo. Todo se complicaba al ser una especialidad. La oportunidad de acceder al derecho de una atención médica digna se consumía bajo un sistema burocrático y una cadena de ineficiencias o desidias.

     Pasaron las dos primeras anotadas, que eran de otras localidades de la provincia. Así pudo encontrar un lugarcito en el banco. Continuaba su observación. Otro pañuelo y otro más. Código común, maldita distinción de esa enfermedad de mierda. Dejó de escrutar los pañuelos, y asustándose tanto con algunos rostros que cargaban más miedo que el de ella, miró para otra parte. Peor. Los moretones de las agujas en los brazos fueron aterradores. Pasó a los pies. Pocas iban de zapato, generalmente las más arregladas. Muchas lucían zapatillas, alpargatas, ojotas. Pero todas estaban allí. Un instante en sus vidas compartían en esa sala de desespera, esperanzadas en superar el trago amargo, cruel de la situación.

      Lástima no poder cerrar los oídos. Las historias seguían relatándose, encontraba positivo estar sentada al lado de la sobreviviente protagonista de la misma. Le temblaban las manos. Por ende, el sobre que sostenía. Eran los resultados del patólogo. Se lo habían entregado sin cerrar, pero ella remachó unos broches para asegurarse que su curiosidad no la traicionaría. Así, a fuerza de voluntad, estuvo aguardando días insufribles hasta llegar ese miércoles para que los que saben, abran el sobre, vean y actúen en consecuencia. Por supuesto también llevaba las mamografías practicadas.

      Media mañana y tenía para rato. Fue al baño. Tal vez vomitar hubiera sido preferible, porque se tragó sin querer todas las palabrotas, las ordinarieces que estaban escritas. Regresó a la sala y quedó de pie. Lo que en su momento le produjo una chocante sensación de quejidos de sus congéneres, pasó a una comprensión instantánea del dolor compartido. No competían; sus vivencias habían quedado marcadas a fuego, o mejor dicho, a rayo en sus cuerpos. Hacían catarsis. Hablaban, hablaban, hablaban… hasta no importaba si su interlocutora las oía. Era casi un exorcismo. Una necesidad de “echar pa’ fuera” la bronca, la rabia y a veces el agradecimiento de una segunda oportunidad.

      Se reencontró con su porción de diáfano cielo. Recordó cuando nada sabía de turnos, exámenes, consultas, y todo lo miraba desde el otro lado… Pensó en todas las cosas que tenía por hacer. No lo inmediato. Sí, en todo lo que le faltaba conocer, aprender, animarse a hacerle pito catalán a la vida y salir a abrazar el mundo. Fulana, pase. Con esta frase interrumpieron su reflexión, y pasó.

       Diez, quince, veinte minutos. Cuando salió del consultorio, no era la misma. Dos lágrimas se desplazaban por su rostro y se suicidaban en el surco de su sonrisa. Agradeció al Cielo. Estaba sana. Miró una vez más a las que seguían allí. Hubiese querido decir algo, no tuvo valor. Solo las imaginó saliendo de la consulta  sonrientes, ya sin pena.

 

(*) Relato ganador del  2º puesto en el concurso literario “El Chaco vive a través de sus letras” Biblioteca Constancio C. Vigil – año 2013.- Las Breñas.-

Incluido en el libro “Chaco: relatos del hoy por hoy. Barchuk Noelia/Vidaurre Miguel. Mayo 2014. Resistencia, Editorial Contexto”.

 

 

 



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