Jueves 26 de Diciembre de 2024

NOELIA BARCHUK

8 de septiembre de 2017

DE LAS BUENAS A LAS MALAS por Noelia Barchuk

Todo aquel que sienta vocación literaria y haya querido verter en una hoja en blanco sus mejores letras busca en primera instancia la belleza de la palabra. Bajo esa primera premisa, concepto universal del arte, nos esforzamos por hacer uso de nuestro mejor léxico, denotando la calidad del creador.
Sin embargo, a pesar de eso contar una historia, sea a modo de cuento, relato, novela, no podemos escapar de algunos conflictos. Por ejemplo, del tiempo y espacio, de vital importancia para tornar a nuestros personajes en seres creíbles. Si es eso lo que quisiéramos lograr, claro.

DE LAS BUENAS A LAS MALAS

Por Noelia Barchuk

Texto apto para mayores de edad. La autora del texto y el equipo directivo de diariosophie.com no se hacen responsables del contenido. Todo lo leído queda bajo absoluta responsabilidad del lector. 

Todo aquel que sienta vocación literaria y haya querido verter en una hoja en blanco sus mejores letras busca en primera instancia la belleza de la palabra. Bajo esa primera premisa, concepto universal del arte, nos esforzamos por hacer uso de nuestro mejor léxico, denotando la calidad del creador.

 

     Sin embargo, a pesar de eso contar una historia, sea a modo de cuento, relato, novela, no podemos escapar de algunos conflictos. Por ejemplo, del tiempo y espacio, de vital importancia para tornar a nuestros personajes en seres creíbles. Si es eso lo que quisiéramos lograr, claro.

     En el lenguaje común, vulgar o corriente, hacemos uso y, a veces, abuso de las malas palabras. En Argentina, donde hemos recibido un gran caudal cultural de los inmigrantes que llegaron hace tantísimos años a estas tierras, podríamos advertir alguna especie de génesis.

   Los italianos -con su temperamental manera de hablar, gesticular y argumentar- sellaron una impronta del espíritu cabreado. Sea para hablar en una conversación normal o en una discusión. Esa alma apasionada acuñó algunos vocablos para referirse con desprecio, peyorativamente, o de manera burlona o agresiva.

    Todo eso en el mero marco especulativo, de suposición e inferencias, tratando de entender la vehemencia de la cotidianeidad de las palabrotas, lenguaje soez, procaz o malsonante.

    Entonces, nos suscita un típico inconveniente: qué hacemos con las malas palabras. ¿Prescindimos de ellas? ¿Son relevantes en un texto literario? Y entonces, ¿cuáles son las buenas palabras?

   Buena “jurisprudencia” podríamos advertir en la utilización y defensa de su uso por parte del escritor y humorista argentino Roberto Alfredo “El Negro” Fontanarrosa. En su basto material literario siempre las utiliza. Basta una rápida lectura al cuento “Y te digo más” (2001). Citaremos un solo ejemplo, para que el lector quede con interés e investigue por su cuenta. En una inolvidable conferencia, este autor explicó la importancia de hacer valer las llamadas malas palabras, que para él no lo son.

     La intención, tonalidad y ejecución de un insulto como espetar un “boludo” no puede ser tomada a la ligera. “Boludooo de mierrrda” con una marcada bronca al pronunciar las erres. Algunas personas podrían sentirse molestas u ofendidas al leer u oír este tipo de literatura, pero otras podrían desternillarse de la risa y hasta incluso cabría la posibilidad de encontrar otro grupo que las tomase serenamente, lejos de aspavientos.

     Pues bien, para ser justos y no decir que solo los argentinos somos los “mal hablados”, tenemos a un prócer de la narrativa latinoamericana, Gabriel García Márquez. En una de sus últimas novelas, se le ocurrió brindarle honor, ubicándola en un título: “Mis putas tristes”. La crítica especializada jamás pronunció un reparo en ello.

   Siguiendo con Márquez, no puedo dejar como autor referenciar mi experiencia. Venía de una infancia y preadolescencia de lecturas como Mujercitas, Sandokán, Sissí, María, entre otras. Toparme con el libro de “Crónica de una muerte anunciada”, hizo que abriera grande los ojos. Pensé que la profesora de lengua y literatura del colegio estaba completamente loca.

    Mucho tiempo después, al escribir mis propias obras literarias, fui comprendiendo mejor el arte de manejar las malas palabras. Un cuento llamado “Cara Cortada y Cía” comienza con una de ellas: ¡Carajo! Poca probabilidad de triunfo había advertido un amigo conocedor de concursos literarios. Para sorpresa, al jurado le encantó el trabajo, otorgándole el primer premio del certamen en cuestión.

    Por lo tanto, para brindar una especie de conclusión a este sencillo debate acerca de las malas palabras, podríamos decir que todo DEPENDE. Considero que habría que exonerarlas del rótulo de “malas” si acaso a nadie mataron ni robaron. Son solo palabras, que representan cosas, hechos, cualidades, etc.

    Lejos de mí está avalar una literatura chabacana que roce todo el tiempo con lo ordinario o burdo, para nada, que se entienda bien. No hay estética sostenible ni fundamento en aceptar leer en una misma página veinte veces la palabra pija, por ejemplo. La muñeca del escritor resultará de relevada importancia para ir elaborando un texto en el cual pueda libremente incorporar palabras consideradas lingüísticamente inadaptadas que de manera seria y realzando algún aspecto de la narración.

   La bondad o maldad no forman parte de la valoración de las palabras. Son solo el mejor vehículo que tenemos para transportar nuestras ideas y plasmarlas para compartirlas con el otro. De las buenas a las malas palabras, un corto puente con un gran río debajo.



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