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CULTURA

23 de noviembre de 2017

Microrrelatos. Cuando la brevedad toma la pluma y la palabra

¿Por qué no pasan de moda? Ana María Shua, que reunió sus minificciones en Todos los universos posibles, cuenta las claves de un género que apuesta a la variedad de tonos y estilos.

Quizá no haya mejor manera de definir un microrrelato que recurrir a la idea del aleph borgeano. Esa esfera minúscula, tornasolada, capaz de contener todo el espacio cósmico. Al igual que el objeto que imaginó Borges, estas pequeñas prosas que se trabajan con la paciencia de un orfebre, que rozan la poesía, el cuento tradicional y el aforismo, tienen que tener la capacidad de evocar un mundo autónomo. Como si se tratara de un juego cuyas reglas están estrictamente pautadas, los autores que se aventuran en el género saben que pueden utilizar cualquier recurso literario con una condición: tienen que hacerlo en no más de trescientas palabras. Un microrrelato podría pensarse, entonces, como una metáfora de la literatura. Sus pocas líneas condensan sus procedimientos, sus posibles efectos desestabilizadores, sus posibilidades poéticas.

Durante estos últimos años, la publicación de antologías y la multiplicación de concursos dan cuenta de la vitalidad de un género que hace sólo treinta años comenzó a ser considerado como tal. La lista de escritores argentinos que lo practicaron sin saberlo es larga: Borges, Girondo, Cortázar, Pizarnik, Denevi, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Isidoro Blaisten. En la actualidad, se sumaron a ellos, pero sabiéndolo, Eduardo Berti, Raúl Brasca, Luisa Valenzuela, Ariel Magnus y Ana María Shua, que acaba de reunir todos sus microrrelatos en Todos los universos posibles (Emecé).

Si bien es cierto que la brevedad es el rasgo más característico de estas ficciones, no es el único. Un microrrelato tiene que plantear un giro, un golpe de sentido: el lector deberá tomarse unos segundos para construir o reconstruir lo que el texto está diciendo. Puede ser a partir del absurdo, del fantástico, de la construcción de paradojas; los recursos son infinitos. Tampoco es necesario un remate sino, simplemente, generar algo de perplejidad en el lector, cierta incomodidad en relación con lo que está leyendo y el mundo que lo rodea. El efecto es el de un relámpago, un destello de luz; tal cual sucede con la poesía. Por eso su lectura es necesariamente lenta: depende de la repetición, de la relectura. Imposible pasar de un microrrelato a otro como si se avanzara en las páginas de una novela. En este sentido, si bien el auge de Twitter volvió a poner sobre la mesa las ventajas de la brevedad, el microrrelato se encuentra en sus antípodas. "Mucha gente cree que el microrrelato es un tuit", dice Shua, "Y no es así. Twitter es un formato. Como en otra época el telegrama. Se pueden usar para hacer literatura u otra cosa. Además, Twitter, pide otro tipo de lector. El microrrelato exige cierto grado de reflexión, cierto detenimiento."

Todos los universos posibles, el libro de Shua, refleja todas las posibilidades del género. Cada una de sus prosas está trabajada al máximo: nada sobra, nada falta. "En una novela, en un cuento incluso, puede haber páginas que no sean tan intensas como las otras -dice Shua-. El microrrelato, en cambio, no permite ningún desliz, ningún error, la más pequeña imperfección se ve agigantada."

Fuente: Texto: Carolina Esses – Foto: Ana Laura Pérez

 http://www.lanacion.com.ar/2082988-microrrelatos-cuando-la-brevedad-toma-la-pluma-y-la-palabra



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