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CULTURA

26 de noviembre de 2023

El último artista del radioteatro chaqueño

Con su fallecimiento, el pasado 22 de octubre, a los 74 años, se cerró una página más de nuestros artistas del tablón, del teatro y del radioteatro, de los que dejaron huella imborrable con sus increíbles repercusiones en nuestros pueblos en los ´60, ´70 y ´80. - Por Alfredo Alegre*

Abel Tomat, así, a secas, sin segundo nombre. Según él, con eso alcanzaba, aunque hubiese sido peor, dijo alguna vez, que lo llamaran Caín. Abel, alguien que ni siquiera se cambió el nombre para figurar artísticamente, como hacia la mayoría, en el teatro o en la radio. Era Abel Tomat, y listo. Sus padres fueron  Hugo Tomat y María Nichiporud, nació en la clínica de Graff, en aquel tiempo cercana a lo que es hoy la actual clínica Giuliani. 

Vio su primera obra de radioteatro en el antiguo Prado Español, en Charata, cuando tenía cinco años, con la compañía de Orlando Cochia, de Resistencia, que por entonces se trasladaba en tren. En el ´83 conoció a un director, Carlos Hidalgo, en la tienda El Obrero, en Charata. Había ido a pedirle fiado unas telas a "Pototo" Mercado, encargado del negocio, para salir a trabajar en el campo.

Cuando tenía19 años hizo su primera aparición en las tablas de la región. En la recordada escuela de Biondi, en el campo, hizo una obra con los exalumnos de la escuela, entre otros Piti y Licho Frontalini, Lito Capra, Raúl Vergara, Carlos Gaczinsky. 

Había que juntar fondos y la casualidad hizo que a la hora de actuar fueran todos hombres. La obra se llamaba "Lágrimas de Espuma", y el personaje de Abel era un tipo malo. No fue ni la primera ni la última, porque hubo funciones en el Club Colonial y en Asociación Italiana de Charata, la recaudación fue bastante interesante y el hombre empezó a crecer en lo suyo, aunque la verdad es que él quería ser futbolista.

 

Tuvo un fugaz pasó por Atlético Charata. Era delantero y goleador, pero no jugaba nunca, porque delante de él estaba una de las grandes glorias del "Fortín", el recordado "Bolón" González, que para colmo de males (para Abel), jamás se lesionó. Armó los bolsos y se fue a romper redes en el Club Colonial, en la zona rural. Se cansó de hacer goles y cierto día la rodilla dijo basta. Ahí se dio cuenta de que era un tiempo largo para recuperarse y ni hablar del costo de una cirugía. La pasión por la redonda se terminó, pero empezó algo más lindo aún.

El teatro le tenía preparado sus maravillosos días de gloria. Un día, escuchando el radioteatro en LT16 de Radio Esmeralda (Sáenz Peña), el gran director teatral Luis Roberto Volpi, que había vuelto desde Paraguay, habló de ciertas pruebas para elegir la pareja del año próximo. Buscaban gente joven, y Abel se decidió y fue a probar suerte. No tenía un mango, pidió plata prestada a un tío en Las Breñas, Dante Secuencia, y lo acompañó una prima, Mirta Idoncheff. Fueron en colectivo y al hombre no le tembló el pulso a la hora de la verdad.

El debut llegó cerca de la chacra donde él vivía junto a sus padres, en la capilla San Isidro Labrador. Allí era el momento del radioteatro, en un tiempo donde solo había una consola con una sola bandeja y nada más, no había tiempo para errores ni para furcios. Los tiempos de su niñez, en la cual la lectura fue clave, le sirvieron de gran manera para adaptarse a cualquier rol, a cualquier papel y emocionar a todos los fieles seguidores del radioteatro. Siempre dijo que leer mucho era importante: cuando leía la línea de arriba, ya veía lo que decían las líneas de abajo. Eso le facilitó su tarea con el paso de los años.

En 1973, cuando nació su hijo Javier, dejó el radioteatro, hasta el ´77, que fue cuando pegó la vuelta. Allí trabajó con uno de los mejores elencos, que Abel siempre destacó, liderado por Estela Márquez. Era un plantel de primera, junto a Sergio Rigó, "Chingolo" Galarza, Antonio Moreno del Portillo, que había trabajado con Charlton Heston cuando se filmó "Ben Hur" en Salta, por citar algunos ejemplos. 

 

Eran tiempos en los que metían 400 personas por noche, algo tremendo en aquellos momentos, la fiebre del radioteatro. Su voz inconfundible y su risa dejaron un sello inolvidable. Hizo varios personajes: fue galán, hombre malo, mendigo, y alguno que otro que aún anda dando vueltas por ahí. Con Ricardo Jordán formó una sociedad inigualable, porque aprovechaban al máximo sus roles y el resultado estaba a la vista. "Juan Sin Ropa", "El Chango Luna", "Nazareno Cruz y el Lobo", "Soldado Firulete", "El Hombre Araña", "El Chacho Varela", personajes inmortales.

Cierto día, no hace mucho, una señora llegó hasta su hogar y le dijo que Abel Tomat fue alguien que la hizo reír mucho, querer, y muchas veces odiar, por los personajes que hacía. El contacto con la gente era frecuente y los recuerdos afloraban constantemente. En 1983, Ricardo Jordán le hizo la propuesta de hacer "El Tuerto Barragán" y el éxito fue total. Aún hoy se lo recuerda en ese gran personaje. El último "malo" que hizo fue "Ha muerto un peón de campo", entre 1987-88. Fue de lo último del radioteatro en aquel tiempo, no hubo más. 

Siempre dijo que se ganaba plata "en el escenario". En el ´81, con Ricardo Jordán ganaba 40 millones por mes, pero una garrafa estaba cerca de los 10 millones. La situación no era sencilla, pero gracias al radioteatro llevaba a su casa unos 8 millones por día, que servían para comprar 12 kilos de carne. Con la obra "Los hijos de nadie" hizo 30 funciones consecutivas y logró hacer 240 millones de pesos. En la actualidad serían unos $ 30.000.

La esposa de Abel jugó un rol muy importante en esta historia. Se metió de lleno en el asunto cuando faltaban cinco funciones para terminar la obra de Ricardo Jordán, "Los Hijos de Nadie". Jordán se había peleado con el socio, que decidió irse, y con él algunos personajes de la obra, entre ellos la protagonista. Durante una semana no hubo función por falta de gente, hasta que Abel decidió involucrar a su esposa, María Correa (que no sabía nada de esa situación), pero desde allí su vínculo artístico junto a Abel nunca se cesó. Claro que también sus hijos Javier, Andrea y Víctor Hugo, actuaron con él. 

Nunca se consideró un gran actor (lo decía constantemente), se adaptó a cada papel que le tocó realizar con mucho esmero, dedicación, responsabilidad y compromiso. Eso sí, siempre reconoció que fuera de las tablas eran todos amigos, pero arriba eran enemigos a muerte, porque cada uno daba lo mejor de sí y había que asegurarse un lugar para la próxima temporada. Roberto López (actor) le enseño a reír y fue Roberto Blanco la persona que le enseño a llorar en el escenario, algo que para Abel era más fácil cuando de público se trataba. Uno de los ejemplos más claros fue la obra de Juan Alberto Mierez (escritor charatense) que se llamaba "Aquellas campanas", y en cuyo final terminó toda la sala teatral llorando y aplaudiendo de pie. 

Siempre le decía le decía a los chicos cuando iban a hacer una obra que si tenían que hacer reír, por ejemplo, si a los tres minutos nadie se reía era que la mano venía mal. Y si hacían un drama y a los tres minutos sentían que las sillas se empezaban a mover, tampoco servía: el drama tiene que tener silencio absoluto, y si se hace algo para que la gente ría, tiene que ser de entrada, nomás. 

En el ámbito local incursionó en la televisión con aquella gran presentación de "Johny el Johny". La pluma de aquel personaje tenía el sello de Roque Romero (fallecido años atrás), y fue una sensación para la televisión casera. Se filmó en distintos lugares de Charata y tenía un acompañamiento masivo de la audiencia mirando los capítulos los fines de semana; hasta en las horas de grabación la gente acompañaba en gran manera. 

También se puso en la piel de Tocho y Pancho, personajes de Charata, y de un italiano con sus valijas a cuestas en el andén de la estación del ferrocarril. Inolvidable momento se generó cuando incursionó en el papel de "El Charatón", que tenía comentarios bastante "picantes" en el programa Agenda 4, que conducía Ubaldo Lorenzetti en el canal de tv de la familia Alegre.

Durante 50 años hizo teatro y destacó que el radioteatro fue lo mejor que le ocurrió, el contacto con la gente y ese cariño mutuo que cosechó fue como una inyección anímica permanente para darle fuerzas siempre y hacer lo que más le gustaba. Un recuerdo permanente quedó en las retinas de aquellos que acompañaban cada movida en la zona rural, en el pueblo, y que siguieron sus distintas voces y personajes en la radio.

 

 

*Agencia NORTE Charata. 



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